Córdoba tiene algo. Tengo una conexión que hace que por alguna razón hace 10 años voy todos los inviernos y hace varios que se meten algunos veranos de intrusos. Cada vez que voy, que estoy ahí, en esa zona, en ese lugar que conozco tanto como si fuera un poco mi casa, decido que no quiero volver, que quiero vivir ahí aunque sea un tiempo: uno de mis proyectos de vida es dar clases en una escuela de traslasierra.
Hace mucho que Córdoba tiene algo que me moviliza, me sensibiliza y me abre pero desde hace un año se le sumo el gustito del amor de vacaciones que ni siquiera es un chongo cualquiera sino que, bien componente de Dulce Amor, se le suma que sea el mozo de la residencia. Me llenó las cenas y los almuerzos de miradas y saludos que hacían que me pusiera roja hasta que decidí acercarme e invitarlo a tomar un vino.
Mi invitación terminó en una ida en moto a Cura Brochero con el resto de los mozos jóvenes y canciones (en preferencia de las pastillas) alrededor de un fogón, le siguió una caminata en el frío con mi mozo y la situación de no tener donde volvernos (sí, es de novela enserio). Terminó apareciendo un taxi quién sabe de donde y cuando estabamos caminando hacia la residencia me chapó así de una, rápidamente y sin mucho preámbulo y nos fuimos a ver las estrellas, a que me echara en cara que durante toda la semana "me había hecho la otra".
Como decidí que mi novela no podía terminar ahí, lo invité a tomar mates al día siguiente y se terminó transformando en un sin fin de charlas filosóficas, una clase de marxismo y una invitación a Mar Del Plata.
Nos despedimos con un beso prometiendo vernos el año que viene, o antes, acá, allá o en mardel.
Me volví fan de mi historia con el mozo, haría una película sobre el encuentro anual que está plagado de canciones y guitarras y sonrisas.

Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad.
J. L. Borges
J. L. Borges
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